García Martínez – 1 diciembre 1993
A veces ocurren cosas. No cosas, sino cosas. El problema es que la gente le da apuros comentarlo. a unos se les aparece la virgen. A otros les duele un ojo cuando va a llover. Estos se hace la ilusión de que son los políticos y, por las noches, solos en la habitación, se echan discursos a ellos mismos. Aquellos, por creerse que encarnan al papa, suben a la terraza del edificio y, desde allí, dan la bendición urbi et urbi. Cada persona es un mundo y cada mundo- pero sobre este nuestro- una complicación. Nada es tan sencillo como parece a simple vista. Por eso conviene que seamos tolerantes.
Yo que si voy a contar lo que me pasó ayer, por si aprovechara de consuelo a los demás. Fue que, durante toda la mañana, mientras andaba atado al ordenador ganándome la peseta, no deje de oír el cloqueo de una gallina. Digo cloqueo ya que, por el tono, daba la impresión de que la gallina estuviera completamente clueca, es decir, en disposición de empollar. El cubículo donde trabajo es relativamente pequeño, y el de clo, clo, clo, clooo me llegaba, amen de nítido, cercano.
Pero ¡coñe! – dije. Miré debajo de la mesa, dentro del armario, en la trasera de las estanterias. Nada. Vino un técnico que examino las conducciones del aire acondicionado. Nada. Y la invisible gallina, dale que te pego…
Por eso digo que comprendo a esas personas- ¿estas en lo que es?- a las que ocurren cosas.