García Martinez –16 diciembre 1993
Don Antonio Machin era un buen tipo. Un trabajador de los ritmos afrocubanos. Y humilde. Ya consagrado, no le daba regomello ninguno trabajar en locales de barrio, como el de Usera, de Madrid, que es donde el cronista lo vio por primera vez. Don Antonio salia al escenario con el mismo talante proletariado de quien va a echar un par de horas.
Canto tantísimas veces las misma canciones- las que usted y yo nos sabemos de memoria-, que al final le provocaban aburrimiento. Y era entonces cuando, sobre la marcha, cambiaba la versión. Pero eso es algo peligroso. Uno esta acostumbrado a oír una canción así, y le fastidia mucho que, de la noche a la mañana, se la canten asá. Es como una traición, un sacrilegio. Don Antonio cayo en la trampa de hacer lo que digo con “No me vayas a engañar”. Pasó de un tono a otro en algún tramo de la interpretación. Y lo que es peor: no quedó la cosa en una veleidad de sala de fiestas, sino que traslado al entuerto al disco. Ahora han editado un compacto. Y en lugar de incorporarle la versión buena de “No me vayas a engañar”, algún listo nos ha metido la fea.
No quisiera servidor, a estas altura, recriminarle nada a Machin, pues ya solo faltaría eso. Pero lo mismo que el moreno le pedía al pintor que pintara angelitos negros. Yo le pido a el que, desde donde quiera que este, inspire a los discográficos para que no hagan tonterías con sus canciones.
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