García Martinez
LO trivial suele presentarse, o nos lo presentan, con la misma vulgaridad que lo no trivial. Mientras la señora ama de casa anda preocupada por esa manchita rojita de la que culpa al zumo de la picota (cosa trivial), llega don Severo Ochoa y se nos muere (cosa no trivial). Ambos sucesos –la manchita y el óbito- son cocinados y servidos por la televisión. Es el signo (o el sino) de este tiempo que algunos dicen tan malo.
Bastantes devotos de religión reglada se han llamado a escándalo al saber que don Severo, siendo tan sabio y tan bueno, pidió antes de morir que lo enterraran sin rito. Tocante a creencias, él se consideraba agnóstico. Resulta habitual que quienes consiguen acercarse una miaja más a lo desconocido, sean los que luego dicen saber menos, o dudar más, en cuanto a lo eterno. El carbonero, para suerte suya, está encantado con la fe del carbonero.
Durante los años que pasamos esperando a Godos, los seres humanos disimulamos nuestro miedo complicando las cosas. Es una necesidad de los hombres complicar las cosas, ya que de ese modo nos procuraremos entretenimiento y consuelos imprescindibles. Por eso existen religiones diversas, liturgias diferentes. El grave asunto de por qué estamos aquí y para que no se puede plantear en su desnudez. Moriríamos del susto. Digo que, si hay Cielo, en el Cielo estará don Severo, el agnóstico. Más aún: si hay Cielo, todos (incluso los bordes) tendremos allí una silla.