García Martínez – 17 noviembre 1993
Sostiene el cronista que cada quien es muy dueño de hacer de su capa un sayo. O de su cabeza un melón. Por lo que, en estoy que voy a decir, no cabe suponer crítica desconsiderada. Lo que ocurre es que la visión me impresionó. Encontrarte en plena huerta, junto a un bancal de coles y brillando al sol de la mañana, la cabeza repelada de un huertanico adolescente, pues, quieras que no, sorprende.
Me refiero a ese tipo de pelado –da importación, por supuesto- que consiste en pasarle al sujeto la máquina del uno o del dos por la parte de abajo de la cabeza. Lo cual hace que, al no tocar para nada la parte de arriba, los pelos altos conformen una especie de boina natural. Sencillamente horrible. A un sobrinillo mío le dio por hacérselo, en connivencia con un barbero al que llaman Mentirola, y poco me faltó (cuando lo vi) para matarlo. Esta moda del feísmo por el feísmo que los jóvenes se han empeñado en adoptar –desde luego que por nefasta influencia de la Trilateral- hace estragos en el paisaje urbano. La enorme cosecha, aquí y allá, de melones repelados te hace suponer que estás en un plato donde se rueda alguna memez interplanetaria. Bien es verdad que la olla urbana, tan echada ya a perder, lo aguanta todo. Pero, junto a la acequia y entre bancales, estos pelados tan zotes están clamando pelo.
Estas cosas las predico para corregir vicios y resguardar buenas costumbres.