García Martínez – 5 abril 2005
En el periodismo que llama moderno ya nadie habla del azahar. Menos aún, de su perfume. Sin embargo, allá por el 1910, al maestro Martínez Tornel sí que le gustaba mojar la pluma en estos temas que hoy se tienen, cuando menos, por cursis.
Hoy, todo el espacio es para la política, para las disputas políticas. Y también se llevan su buena tajada las promesas, generalmente hueras, de los políticos. O sea, que a los de ahora mismo se nos ha escapado el pajarico. Pero, claro, eso es lo que yo pienso. A sabiendas de que otros, los que se tienen por expertos, pensarán lo contrario.
El caso es que don José Martínez Tornel no era un finolis, ni un guapito, como sí que lo fue, según dicen, Oscar Wilde. Se parecía muchísimo a un actual, como lo es el pintor Ángel Hernansáez, incluyendo la calva y el bigotazo. Pues, nada, a este señor Martínez, en cuanto que llegaba el azahar, se le ponía cachondo el temperamento literario-periodístico. Y componía artículos que eran muy celebrados por los de la época.
Sucede que, por lo general, los periodistas de Murcia escribimos de contino acerca de lo que se considera más importante. Me refiero a las obras humanas con las que se procura que vivamos mejor en lo material. Y así pasan los días, y tú, desesperando, porque la realidad de esos proyectos son siempre un quizás, quizás, quizás, como reza la canción. Tiempo perdido.
Por más que se me tenga por anticuado, soy todavía de aquellos a quienes la aparición del azahar y sus perjúmenes les mueve a gastar, si no ríos, reguericos de tinta. No es malo que, una vez al año, saludemos al que constituye uno de los mejores dones de Murcia.
En el discurrir monótono de los días, una mañana cualquiera -por lo común tibia- se te llenan los sentidos del perfume de azahar que desprenden los naranjillos bordes que crecen en algunas calles de la capital. Este sí que es un lujo para un territorio.
Viene a ser como si la fachada barroca de la Catedral -de luto ahora por Wojtyla- desprendiera ese perfume suavísimo que tanto enerva. Esta palabra -enerva, que tiene dos significados opuestos- debieron de inventarla para expresar lo que tiene de relajante y, a la vez, de estimulante el perfume del azahar. Bendita contradicción.