García Martínez – 6 abril 2005
Lo primero que hay que hacer con ciertas tertulias de la radio y la tele es no tomárselas a pecho. Eso es fundamental para la buena marcha del individuo en su vida cotidiana. Si te las tomas, puedes entrar en la depresión más absoluta. Y no se me diga que la culpa es de la primavera. Lo que sí puede que suceda es que las tertulias más deprimentes coincidan con el inicio de la estación que la sangre altera.
Ayer, por no ir más lejos, unos tertulianos discutían acerca de cuál de los dos -Bush o Zapatero- ha hecho más caso de los consejos o sugerencias de Juan Pablo II. Y, nada, como suele ocurrir, unos decían que el español y otros que el americano.
Y así se pasaron largo tiempo, dale que te pego, aportando cada uno sus particulares sinrazones. Salieron a relucir la guerra de Irak, el aborto, los embriones, la pena de muerte, la falta de solidaridad con los países africanos… En fin, todo lo que constituye la actualidad de estos tiempos contradictorios.
Al principio, por la autoridad de la que en sí mismo se reviste el medio, el oyente cae en la trampa de pensar que hablan con fundamento. Pero, cuando comprendes que los tertulianos están practicando un estéril juego de niños, ya los oyes como si lloviera. Si unos cuantos conspicuos del periodismo, estando el Papa de cuerpo presente, se ponen a jugar al «y tú más», uno ya tiene todo el derecho del mundo a regresar a su escepticismo.
Digo que resulta tonto pintar de interesante el tema en disputa, sabiendo como sabemos que la soberbia que padecen los políticos los invalida para seguir las indicaciones de alguien que practique el sentido común. Ni Bush, ni Zapatero, ni cualquiera de los que mandan aceptan aquello que se les predica. Aun viniendo del Papa.
Ya sé que incluso los Pontífices pueden equivocarse. Faltaría más. Pero hay asuntos y asuntos. Por ejemplo: la obligación de solidarizarse -mediante hechos (el 0,7) y no sólo de palabra- con esa parte de la Humanidad que soporta una pobreza insultante. Seres a los que la miseria les impide ser mínimamente libres, mientras los siglos discurren tozudos sin que nada cambie.
Los gobernantes acuden ahora en tropel a los funerales del Papa. Y se dan golpes de pecho. Pero no engañan a nadie.