García Martínez – 7 abril 2005
No seré yo quien dé pie para que me reprochen que me la cojo con papel de fumar. Si la modernidad nos trae novedades en los hábitos ciudadanos, yo digo a todo que amén, con tal de que no me llamen retrógrado.
Que llega el Gobierno y legisla que, para resolver el tremebundo problema del fracaso escolar, lo que hay que hacer es dar facilidades a los chicos para que estudien todavía menos, pues muy bien, vale. De modo que, si antes no podían pasar de un curso al siguiente teniendo tres suspensos, en adelante se exigirán cuatro. De acuerdo con esta dinámica, llegará un día en que sólo repetirás si te cargan todas las asignaturas del curso. Y yo digo: «Estupendo, estupendo. ¿A mí qué más me da, si ya salí de la ESO?». Bueno, lo siento por el nietecico, pero, mire usted, cuando el que manda se empecina en hacer el burro, no seré yo quien se arriesgue a recibir una coz por protestar.
-¡Pues sí que está usted en buen plan!
Debe de ser que ando ya de vuelta, como se suele decir.
El problema de la enseñanza no se arregla haciendo que la letra entre con sangre. Pero, menos aún, dando facilidades a los zagales para que trabajen aún menos de lo que trabajan ahora. Estamos echando a perder las generaciones nuevas. Los enseñantes universitarios se quejan de que muchos alumnos llegan del bachillerato, o lo que sea, con faltas de ortografía. Y la sociedad lo tiene asimilado.
No quiero ser catastrofista, pero estamos fabricando criaturas lerdas. Lo cual, sin embargo, viene muy bien para los menos. Es decir para los que sí son capaces de aprovechar el tiempo. Y eso es porque, cuando les toque colocarse, le será muy fácil, pues apenas tendrán competencia. Pero, vamos, este no es un buen consuelo.
Veo una pena lo que está ocurriendo, pues todo el mundo coincide en que los jóvenes de ahora son gente maja. Más sinceros, más despiertos y con gran sentido de la lealtad, sobre todo entre ellos.
Viene todo esto a cuento de lo que he leído en el periódico. Me entero de que, en el entorno del Bando de la Huerta, algunos organizaron concursos de regüeldos. Lo que Don Quijote, corrigiendo a Sancho, llamaba eructos.
O sea que nada.