García Martínez – 8 abril 2005
La diputada Retegui lo está pasando mal. Ha tenido una ocurrencia desafortunada, como es gastar una broma sobre el Papa a través del móvil, y ya lo paga con que el asunto haya aparecido en los medios. Sus compañeros del otro partido, que es el PP, se han encargado de divulgarlo, con tal de hacerle un arañazo al PSOE.
Hasta aquí, tírale que va. Pero, desde aquí, me parece a mí que el suceso se está sacando de madre. Corremos el peligro de ser tremendamente injustos. Por la desproporción que existe entre la culpa y la pena que quieren imponerle.
A la diputada Retegui no diré que la pierde, sino más bien que la sacude, el temperamento que tiene. No es de las que atrancan, ni de las que se esconden, ni de las que se guardan dentro sus verdades. Es una médico excelente y trabaja en la Asamblea incluso con entusiasmo, algo que hoy no se encuentra. Pedirle que dimita -o a sus jefes que la dimitan- lo tengo por una barbaridad. Y ello porque a un mal, como es su metedura de pata, le añadiríamos otro mayor: que la Región la perdiese como diputada. Tan estúpido como eso.
Se le reprenda, que dijo el otro, como mejor cuadre a la categoría de su culpa. Pero dejar de tenerla en la Asamblea ocasionaría perjuicio a todos los murcianos. Que la publicidad de lo sucedido la haya puesto en evidencia y que tenga pedidas públicamente disculpas, pudiera ser, creo yo, suficiente. Estoy seguro de que ni el propio Papa -que es de algún modo la justificación de la broma- sería tan inmisericorde como quienes le piden que se largue o que la echen.
-Ya sabe usted cómo es la política.
Pues, entonces, la política es un asco. A mí me resulta insufrible que unos compañeros de hemiciclo, con los que se habla, se discute, se toma café y se intercambian chirigotas sean tan duros. Si la víctima fuese uno de ellos, diría lo mismo. Lo saben de sobra.
La Región no puede permitirse el lujo de perder políticos inteligentes y eficaces, sólo porque una vez cometieron un error que sólo molesta al buen gusto. Antes que ella tendrían que irse a su casa una legión de ineptos -hablo en general- que no dan palo al agua. Estos perjudican mucho más al común que un desliz de una diputada provincial.
Y, sin embargo, nadie les pide que dimitan.