García Martinez
LAS cosas son como son, que sentenció Cicerón. La estrella del señor Gil y Gil se apaga. Personajes de sus características –qué los hay, por desgracia, a miles- son tal que bengalas: su luz dura sólo unos instantes. No diré que no sean necesarios, o por lo menos aceptablemente necesarios. Digamos que tan necesarios como Bertín Osborne en el mundo del espectáculo. Son mitos (o mititos) que duran poco porque carecen de fundamento. Quiero decir que, si rascas, lo que obtienes es un regüeldo.
Don Gil y Gil se ha dado cuenta de que ya no es lo que era. (Acordémonos de otro que también fue presidente del mismo club: el famoso frescales llamado doctor de Cabeza. Pues eso. También es mala suerte la del Atlético de Madrid). Se le ha pasado el tiempo a Gil. Y le han cogido el truco. La gente ya sabe, antes de que abra la boca, en que va a consistir el rebuzno. No produce sorpresa. Lo ves ante las cámaras, sudando el pobre para resultar gracioso. Y nada. En otro tiempo, por el solo hecho de menear a un seleccionador, temblaban las esferas. Hoy, se carga al médico, al gerente (aunque no creo), a los porteros, al que cuida el césped… y no se mueve una mosca. Gil y Gil es como la Expo. Un mero soplo de brisa en el largo verano andaluz.
Gil y Gil va de castizo. El casticismo es tradición honrada y debe ser recibido con gusto. Siempre que no caiga -¿estás en lo que es?- en la tentación de la chulería.