García Martinez
FRAGA es un hombre de peso. Lo son también sus hechos. Y por lo mismo, sus discursos. Siempre fue bastante atropellado al hablar. Y en los últimos tiempos (como quiera que los años no perdonan) todavía articula peor. De mitad para atrás de cada una de sus frases, ya nadie consigue entender nada. Le ocurre como a las olas del mar: que se acercan a la playa con mucho ímpetu, pero el último impulso es ya espuma rumorosa.
Digo lo que digo porque ayer fue investido otra vez presidente de la Xunta. Y porque, para el discurso de investidura, apareció en el atril de oradores con nada menos que ciento cincuenta y cinco folios. La exageración se debe a que, considerándose Fraga hombre de Estado, no sólo tiene que reflexionar sobre las cuestiones meramente gallegas, sino que el ámbito de su tremenda explicación incluye todo el orbe. Fraga se refirió en la comparecencia al modelo de Estado federal –tal que el alemán- que el preconiza para España.
Menos mal que, acabada la sesión, los periodistas recibieron una copia literal de lo dicho. Porque, si hubiesen tenido que tomar notas a mano, nadie llegaría a saber nunca qué dijo Fraga mientras lo investían en el parlamento de Galicia. Allá los gallegos, pero a mí no me gustaría que Dios me condenara a oír a Fraga leyendo ciento cincuenta y cinco folios. Y menos aún, si no hay un intermedio para comerse un arroz con conejo y desengrasar de tanta palabra docta.