García Martinez
Lo que ocurrió ayer fue que se me pasó escuchar al jefe. No es que quiera excusarme, pero ¿quién negará que estamos en julio y con los calores del estilo a cuestas? Con la mitad de la población holgando –y holgar supone no saber nada de política-, no parece que sea de lo más oportuno montar una operación de investidura. Menos todavía estando como estábamos recién salidos de los cara a cara famosos de Antena 3 y Tele 5.
Radio y tele dieron, como es su obligación, la correspondiente tabarra. Pero, mientras el chisme se encienda y se apague según nuestro libre albedrío, nadie nos forzará a ver y oír transmisiones como la que ahora comento. El caso es que, no pudiéndome sustraer del todo a la morbosa curiosidad, algo escuché mientras iba en el coche. (Más que nada porque llevo aire acondicionado). Escuché la voz de un Aznar pidiendo a un González que explicase la verdadera situación del país. Y desconecté en seguida. Pues no se le puede pedir a un ser un humano -de carne y hueso, por más señas-algo tan imposible como explicar lo inexplicable.
Ya resulta difícil entender lo que le está pasando a uno en su pequeño entorno. Porque las cosas, hasta las más nimias, son muy complejas. Buscar, y más en estos momentos de tribulación, que alguien nos aclare lo confuso y ponga luz en la oscuridad, viene a ser como pedirle peras al olmo. Y luego que, como digo, estamos todos sudando.