García Martinez
LLAMESE Alborch la nueva ministra de cultura. Es dama de linda planta, dentadura excelente, andares de gastador y melena de colores. Entró en el hemiciclo del Congreso –donde todos son feos, católicos y sentimentales- y armó el taco. Fue alborada de la Alborch.
Algunas feministas me han mostrado su contrariedad. Entienden el pecado de machismo abrir la boca, pasmados, ante la presencia de una señora ministra de buen ver. Creo que exageran. Pues, ¿para qué luce la Alborch linda planta, dentadura excelente, andares de gastador y melena de diversos colores? Resuelta evidente que para llamar la atención. Verla pasar como si pasara una vulgar moto –volviendo la cabeza y tapándose los oídos- supondría en los diputados (quienes, quiérase o no, son machos una actitud intolerablemente descortés) Servidor no ve nada mal que la nueva ministra se maquille a conciencia, se haga limpieza periódica de dientes, se tiña el pelo y luzca vestidos apropiados a su persona y personalidad. Bien mirado –e incluso mal mirado- representa a la Cultura. La cual Cultura es vistosa, variopinta y libre. Si el lector se queda con la boca abierta ante un buen cuadro, y lo mismo con el oidor ante una buena música, nada ha de impedirnos manifestar el positivo pasmo que nos produce el compendio de todo ello en la persona de la Alborch.
¿O no tengo razón?