García Martinez
EL caciquismo es una enfermedad no erradicada aún de la sociedad española. El cacique funciona en camaleónico. Para cada momento y circunstancia se procura el ropaje que más ayuda a su interés. Ahora que estamos en democracia, ¿donde andan los caciques?. No enterrados, ni en las páginas de una historia interminable.
La sangre del poder discurre en estos tiempos por el entramado arteriovenoso de los partidos políticos. No hay que ser un lince para saber en qué organismo están camuflados los seculares y repugnantes canciones. Su caldo de cultivo no puede ser hoy otro que el que tienen más a mano. El que llaman aparato, desde donde casi nunca se da la cara, pero sí la tabarra. El cacique no arriesga, no se compromete en la tarea política. Se niega a afrontar la pequeña responsabilidad de construir una siempre acera, por temor a las críticas. De ese modo pretende hacerse incombustible.
Cuando ellos manejan los hilos, no prospera el más capaz, sino el que más conviene. El que más conviene, ¿a quién? Está claro que ni a usted ni a mí, que somos la masa dócil y manipulable. Se refieren al que más conviene a ellos y a sus extrañas maquinaciones. Y no caigamos en la trampa de dar por bueno que el cacique es siempre de derechas. Los caciques carecen de ideología. Salvo que llamemos ideología a la obsesión por barrer hacia casa.