García Martinez
LOS turistas no habían caído en la cuenta de que La Manga es –como su propio nombre indica- una manga. Yo sí que lo sabía de antes, pero me lo callé, pues a ciertas edades ya no apetece meterse en líos. Ha ocurrido lo que tenía que ocurrir. Que, para poder acceder a la urbanización este fin de semana, los vehículos tuvieron que organizarse en colas de una hora.
Hasta hace poco, la gente se tomaba su tiempo para ir a La Manga. Como había que atravesar una serie de pueblecitos y servirse de una carretera lamentable, el personal iba llegando esturreado, como si dijéramos. De ese modo no se producían aglomeraciones. Ahora, con la autovía, todo el mundo deja el viaje para última hora. Saben que, en pocos minutos y con más comodidad, pueden cubrir el trayecto. Pero, ¡ay!, que cada melocotón tiene su hueso. Cuando el usuario ocasional y el residente de fijo andaban tan contentos, se encuentran con que, a dos pasos ya del punto de destino, hay que detener el coche y esperar, esperar, esperar…
Y todo por haber olvidado que el nombre de la Manga no es caprichoso, sino que responde a un accidente geográfico muy peculiar y concreto. El problema tiene su representación gráfica en la figura del embudo. La parte ancha es la autovía: la estrechita, la propia Manga. Tal como se han puesto las cosas, mi propuesta no puede ser otra que destruir la autovía, volviendo asi a la situación anterior.