García Martinez
LLEGAN y deciden reunirse todos los que son. Vas a comer productos de la tierra en un restaurante especializado en productos de la tierra. Han nacido en el Sur, tan cerca y a la vez tan lejos del Madrid donde ahora viven de alquiler. De modo que se ponen, además de con la andorga repleta, una miaja nostálgicos. La ensalada con tomate de bote, las perdices de lechuga, el guisao de garbanzos con orégano, las olivas de Cieza, la mojama, la hueva… Todo eso los traslada a una infancia -aún no perdida, pero si desdibujada- entre palmeras, limoneros y acequias que lavan los pies a la caña y a la yerbabuena.
Hace ya un par de horas que se comido. Y permanecen allí dándole a las copichuelas que, por coartada, llaman digestivas. Alguien se acuerda del otro, del que sigue en el Sur. El provinciano que, de cuando en cuando, les suministra un noticiero telefónico localista y, por eso, universal: arrastres), los naranjos han florecido a su hora y el azahar está de buen humor, la vieja cabra ha parido un choto…
Llaman, ya digo, al que se quedó en el Sur. Se van pasando el auricular, apretujados en aquella estrechez del restaurante-tubo que regenta el archenero Andrés. No diciéndonos nada, nos lo decimos todo. Y, tras conversar un poco, ya que nos quedamos más tranquilos. Son los amigos. Una de las pocas cosas…