García Martínez – 18 enero 2005
Quien haya leído siquiera diez páginas de la Constitución europea, que tire la primera piedra. Bueno, bien mirado, quizás haya alguien que ha sido capaz de leerse hasta la página diez. Pero eso es porque se trata nada más que del índice. Y, claro, alguno habrá que se lo haya echado al coleto. Más que nada, por ver qué gusto echa.
Hemos de ser sinceros con nosotros mismos. Por nuestra propia dignidad de caballeros…
-Y las señoras, por la de damas.
Dende luego. No ganamos nada con ir diciendo por ahí que se ha metido uno entre pecho y espalda el, así llamado, Tratado por el que se establece una Constitución para Europa. La razón es muy sencilla: nadie se lo va a creer. Por lo tanto, ¿qué necesidad tenemos de hacer el ridículo, alardeando de algo en lo que, a poco que rasque, se revelará como una mentira?
Es imposible leerse los siete títulos, más las disposiciones generales y finales, editadas (encima) en una letra pequeñísima. ¿Y esto ha de preocuparnos? No, señora. Por ser de cajón que nadie ha tenido el valor de leerla, esta Constitución no ha de ser menos importante para nosotros. ¿No es el Quijote excelente? Y, en cambio, pocos han tenido arrestos para consumirlo entero.
Es como la Biblia: que todos hablan de ella y sólo unos cuantos la conocen. Pero eso no es pecado. Lo que no puede ser no puede ser. Y sobre todo hoy en día, enjugascados como andamos con la tele y el móvil, no nos quedan ansias, no ya para zamparnos esos textos sublimes, sino que ni siquiera somos capaces de echar un ojo a los prospectos comerciales que reparten por la calle.
Si a la Constitución española nos referimos, le diré a usted tres cuartos de lo mismo. Y bien que la votamos como si la conociésemos de toda la vida.
Así, pues, ¿fuera complejos, hombre, por Dios! Aun sin leerla, votemos la Constitución europea sin cargo ninguno de conciencia. ¿Acaso no firmamos la letra pequeña, imposible de leer, de los seguros? Por lo menos sabemos que una Constitución no te la va a meter doblada, mientras que una póliza…
A mí acaba de echarme a la calle mi compañía, a pesar de no haber tenido ni un solo siniestro, como lo llaman ellos, en los doce meses transcurridos.
-Tremendo.