García Martínez – 20 marzo 1993
Uno andaba convencido de ello: lo que se transporta a través del llamado correo carece de interés. Si pensamos en los sobres que llegan cotidianamente a casa, vemos que todo es farfolla, Contienen publicidad a mansalva, ofertas para que te hagas un seguro de vida o peticiones de dinero para esta o aquella organización presumiblemente benéfica. La gente ya no escribe cartas, hermosas cartas -de amor o de mero afecto-, como en otros tiempos.
Por eso, cuando me enteré de que un par de listos habían atracado el correo del expreso Madrid-La Coruña, me dije: “Aviados van. Lo único que se llevarán es el convencimiento de que deben comprar una determinada lavadora, porque está de oferta”. Pero resulta que no. Cuentan que el botín es de los buenos, pues incluye -además de joyas- enormes fajos de libras esterlinas. Correos, claro, no sabe, como no lo sabemos ni usted ni yo el material con el que trabaja, No es como cuando Franco, que te abrían una carta -por el sistema ese del vapor- y si encontraban dentro un billete de cinco duros, se armaba el lío. Ahora, sin embargo, mandas libras, y si no es porque lo descubren los cacos, nadie se entera.
¡Qué extrañas cosas lleva y trae el correo! Como, además, se trata de trenes que funcionan con nocturnidad, te puedes imaginar cualquier cosa. ¿Qué es lo que en realidad nos mandamos los hombres unos a otros?
Tremendo misterio, hoy que presumimos de saberlo todo.