García Martínez – 27 marzo 1993
La superioridad le ha dado un tirón de orejas al juez Barbero. Por recrearse -vienen a decirle- en la suerte del asunto Filesa y por tratar como inculpados dos parlamentarios. Me da lástima -al tiempo que me produce admiración- el pobrecico Barbero. El afán que está poniendo en el cumplimiento de su deber terminará erosionándolo. No sólo físicamente (si lo miras, comprendes que no está para muchos trotes), sino tocante a la perola. No me extrañaría que acabara en un manicomio. Pienso en Stalin y en la fría estepa siberiana.
En esto perro mundo constituye tradición, uso y costumbre que el golfo prospere y el puro desespere. Pretender ir por la vida con la frente alta, la verdad por delante y las cartas boca arriba deviene lluvia de pescozones. A la vista de la horrorosa posibilidad, unos -los más- acaban escarmentando, y se incorporan a los convencionalismos de esta sociedad decadente, hipócrita y egoísta. Otros -los menos- insisten, erre que erre, y muestran la cabeza tan llena de chichones que ni usar boina pueden.
Si creemos en las Bienaventuranzas, nos queda el consuelo de que, a lo último, los limpios de corazón verán a Dios. ¡Pero arreglados van mientras permanezcan aquí en la Tierra! Serán mordidos por lobos vestidos de cordero, y sólo después de sangrar mucho -y muchas veces- caerán en la cuenta de que el borreguito esconde una fiera dentro.
Siempre demasiado tarde.