García Martínez – 3 abril 1993
Votar es una actividad saludable, sobre todo si se ha pasado mucho tiempo sin tener la oportunidad de hacerlo. Cuando llegó la democracia, a los españoles nos daba mucho gusto meter la papeleta en la ranura, aunque no votábamos personas-que hubiera sido lo bonito-, sino partidos. Pero menos da una piedra. Caló tan hondo en la población la fiesta de las urnas, que muchos votaban tres o cuatro veces en unos mismos comicios. Yo eso lo veo bien. ¡Teníamos tantas ganas de elegir por nosotros mismos…!
Lo que ya no me agrada tanto es que, todavía, cuando han pasado ya mil años de normalidad democrática, queden 650.000 españoles que siguen votando varias veces. Dicen que por errores En los inicios del caminar democrático, y teniendo en cuenta la disposición del personal, hay que consentir ciertos vicios. Pero ya no. Si fuera verdad que a una mayoría le gusta votar más de una vez, podríamos quizás alcanzar el acuerdo de que pasen un par de veces por la urna. En tal caso, el derecho se nos debe conceder a todos sin excepción. Sería como la llamada segunda vuelta que tiene lugar en Francia. Pero de un modo mucho más rápido y, desde luego, con menos gasto. Es cuestión de estudiarlo.
Sea cual fuere la razón eso no me gusta. Si seguimos así, nunca haremos realidad el eslogan un hombre, un voto, que es de lo que se trata. Hay que apartar ya ese otro de un hombre, cinco o seis votos.