García Martínez – 19 abril 1993
Cada vez que se anuncia el IPC, los periodistas en general se ponen muy nerviosos. Sacan unos titulares enormes dando cuenta. Y los sindicalistas, los patronalitas y los politiquístas hacen sesudas declaraciones. Siempre las mismas, claro. Tienen metidas en el ordenador tres variantes del discurso: una, para si sube ¡otra, para si baja; y otra, para si empata el IPC. Y, nada, en cada momento, sacan por la impresora la que corresponda, y ¡hala!
Yo no creo en el IPC. Sabrá el lector -y si no lo sabe, tampoco se pierde nada- que los movimientos del IPC repercuten en la inflación, cosa en la que tampoco cree nadie, aunque disimulen Desde el momento en que existen dos. inflaciones (una, la normal y otra, la subyacente), algo huele mal en Dinamarca. La inflación es como la madre, que sólo hay una. De ahí que la llamada subyacente sea madrastra. Total, el lío.
Si ya cuesta trabajo creer en Dios, porque la fe es una dura prueba -como me ha reconocido el obispo de mi diócesis-,¿quién va a creer en algo tan así como el IPC? ¡Y mira que derrama, tinta a costa de las dichosas siglas! Donde esté una coliflor, que se quite el IPC! A la coliflor, también llamada pava, la ves crecer poco a poco, hasta que se pone hecha una burra.
Como su propio nombre indica, la coliflor es una flor, sólo blanca y gigantesca. Y, además, comestible. Comiendo coliflor, te baja la tensión. Mirando el IPC, te sube!