García Martínez – 2 mayo 1993
Entran ganas de hacerlo. Ahora que ha empezado la precampaña, meterse en la cama y dormir, dormir, dormir…
-¿Y no votar?
No, eso no. Votar, sí. ¿Por qué no usar la única herramienta que nos han dejado? Cuando llegue la, así llamada, jornada de reflexión, te levantas por la mañana temprano, contemplas un ratito el amanecer, aspiras el perfume del árbol del Paraíso, reflexionas un par de horas y, al día siguiente, a votar, que paeso estamos. ¿Qué tendremos a nuestro favor? Es muy sencillo: nos habremos evitado ese estropicio que produce en la mente escucharlos a todos ellos, diciendo verdades a medias, o descaradas mentiras, atacándose irracionalmente unos a otros. Será como si hubiésemos apagado el televisor en el momento mismo en que empiezan con la publicidad.
Felipe González ha dicho que una campaña se puede -y se debe- hacer con poco dinero. Podríamos incluso avanzar un paso más: que no haya campaña electoral. ¿Para qué?
Dudo mucho que una persona cambie su intención de voto como consecuencia de la propaganda política. Eso estaba bien para los primeros tiempos de la democracia. Cuando aún no los conocíamos. Hoy ya estamos todos al cabo de la calle acerca de las intenciones, de las actitudes y de los hechos…
De, modo que vamos a la cama, que hay que descansar par que mañana podamos bien votar. Y al mitin, que valla Rita.