García Martínez – 16 mayo 1993
Si en el cielo no hubiese tierra, más nos valdría que no hubiese cielo. Esto que digo lo escribió un portugués que se llamaba Pessoa. La cosa tiene su aquel, pues no parece concebible un cielo en el que no haya bosques, jardines, acequias, terrones, piedrecitas redondas… ¿Cómo puede haber un cielo donde no exista nada de eso? Todo sería soplo, mero éter. Levitación sin fuste. Un cielo en el que no te puedas tumbar sobre la hierba y echarte un cigarro, ¿qué cielo es ese?
Yo no me concibo durante un fin de semana celestial sin dar un paseo, ver escaparates, sentarme en un banco y tomarme una bolsa de palomitas de maíz. Acepto que, por tratarse del cielo (el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno), no haya colas para entrar al cine, las entradas sean gratuitas y las películas tengan todas cuatro estrellas. Pero, para que eso ocurra, a mí me parece imprescindible que pongan tierra en el cielo. En el cielo se supone que seremos todos amigos, ¡Hombre!, excepto de aquellos que sean unos cabronazos, aunque esos imagino que estarán en el infierno.
Más, ¿cómo podrán charlar amigablemente dos personas, si no es en torno a un velador con sendos whiskies? Y si no hay tierra, no hay tu tía. Porque la bebida, los vasos y el mármol nacen de la tierra.
De todos modos, Pessoa se marchó antes de tiempo. A lo mejor es que se enteró de que sí había tierra en el cielo.