García Martínez – 18 mayo 1993
Pobrecillos míos, aburridos y desalmados como están, cuando todavía no ha comenzado la campaña propiamente dicha. Me llamó ayer un amigo candidato -cuyo nombre no desvelaré para no perjudicarlo-, diciéndome que no puede más, que la vida es para vivirla y no para morir cada día en un continuo ejercicio de autobombo. Por muy vanidoso que uno sea, resulta que un exceso tan excesivo en proclamar los propios méritos y los del partido de uno, acaba provocando en el cerebro graves y quizás irreparables daños.
Todo el artificio que conlleva una campaña electoral es más de lo que puede soportar el ser humano. Machacar a los vecinos vendiéndoles la idea de que tú eres el bueno y los otros son los malos, remueve en quien así se comporta extraños y dañinos humores. El más fuerte enferma, el más cuerdo enloquece
Alguien estableció, con buen criterio, que quince días que suficientes para llevar el mensaje a los electores y moverles ánimo. Pero otro alguien, seguramente estúpido, inventó este eufemismo de la precampaña, que no es sino una camuflada. ¿Y qué ha ocurrido? Pues que están a morir.
¿Cuántas veces han aparecido ya, en las radios y en la ser Borrell y el Álvarez Cascos arrojándose al rostro las mentiras o verdades a medias? Comprendo que después cuando llegan al cargo, se les quede el trasero definitivamente pegado al sillón.