García Martínez – 24 mayo 1993
Me sorprende descubrir cómo personas que saben distinguir entre lo que merece o no la pena, se chupan los debates electorales de los políticos. No hablo del cara acara entre Felipe y Aznar. Ese, siquiera sea por lo que tiene de novedad, resulta lógico que interese a una mayoría. Lo curioso es que estos ciudadanos que digo se apasionan con un mero match entre Borrell y Álvarez Cascos, o similares.
Ahora ya conozco la razón. (¡Si es que no hay más que ponerse pensar un ratico! ¡Que no pensamos, coñe, que no pensamos!). Ocurre que las vueltas ciclistas nos han metido en el cuerpo el morbo de saber quién es el ganador de cada día. En el fútbol hay que esperar siete días. En baloncesto, ya sólo queda el encuentro entre el Real Madrid y la Juventud de Badalona.
Nosotros queremos, como en la Vuelta, etapas diarias. Y eso es lo que nos traen esos diálogos -a veces diálogos de besugos- que nos remiten la tele y la radio.
Porque no se trata tanto de ver quién tiene razón, sino de que finalmente haya un ganador y un perdedor. Pasa lo mismo que en los estadios. El verdadero aficionado -el que está dispuesto a dar la vida por sus colores- pasa del deporte espectáculo, siempre que sea su equipo el que se lleve los dos puntos.
En los debates políticos, como el marcador sólo funcionará el 6 de junio, cada cual puede permitirse el lujo de creer que van ganando los suyos.