García Martínez –28 mayo 1993
Con los más viejos no hay que contar. Son irrecuperables. Jamás de los jamases, por mucho que lo intenten, podrán manejar con soltura las nuevas monedas. Esas pesetas que parecen perras chicas, o esos duros que son como pesetas, rubias. Los abuelos, cuando tienen que pagar en la panadería o en el kiosco de la esquina, hacen como los turistas: muestran un montón de chatarra y el vendedor espurga y cobra.
Pero ¿y los que todavía no somos abuelos, aunque tampoco estemos ya de muy buen ver? Porque la confusión no afecta sólo a los ancianitos, sino que cuarentones y cincuentones tampoco nos aclaramos, Se han dado casos de personas que, cada vez que se les llena el bolsillo de monedas, las tiran a la acequia.
Tampoco pierden mucho, esa es la verdad, y de ese modo evitan no pocos cabreos. Somos, pues, extranjeros en nuestra propia patria. Hay en la vida de cada cual dos trastornos, como si dijéramos, que son síntoma de que ya nos hemos hecho muy mayores, Uno, armarse un lío con la llamada calderilla, tal con y he dicho; otro, no ser capaz de trabajar ante una pantalla de ordenador.
Quien se encuentre en situación semejante, ya puede ir pensando en organizar su existencia de otra manera. ¿Pues qué hará un hombre así cuando alguien, en una tertulia, le pregunte por el software? No sé por qué, a mí software me suena a sujetador.
Personas así ya no somos de este mundo.