García Martínez – 19 junio 1993
Volare
Felipe de Borbón ha regresado, una vez mas, a la Academia General del Aire. Este paisaje del mar menor lo lleva el principado en la retina. Tantas veces lo vio, volando o paseando, ya que no podrá olvidarlo nunca. Esa bandeja de reluciente plata que es el pequeño mar. La franja arenosa de la Manga, sobre la que tocaba el ahora Rey con las ruedas de su avioneta. (Sin permiso de sus Jefes, claro). Los invernaderos donde crecen hortalizas de primor.
Ahora no se trataba de una competición deportiva, ni de la tradicional entrega de despachos. Era algo mas profesional. La patrulla acrobática de la academia ha nombrado a Felipe piloto honor. ¿Qué sensaciones habra registrado al encontrarse de nuevo junto al reactor que pilotara, como alumno, en su segunda vuelta? El mismo C-101 en que vuelan, haciendo asombrosas piruetas, estos tititeros del aire que son los de la patrulla. Ha de ser el Príncipe como volver al colegio, al cabo de muchos años, y redescubrir las anillas en las que, de chavales, hacíamos gimnasia.
Felipe recorrió los cielos murciano-alicantinos pilotando en solitario un reactor. La responsabilidad era enorme. Podia tener un accidente. Podía quedar en ridículo ante sus compañeros y superiores. Su estado de animo, por tanto, debia de ser excepcional. Ese estado de animo que hace que se grabe para siempre en la memoria casi infantil lo que una vez que se vio desde el cielo.