García Martínez – 1 agosto 1993
El nuevo ministro de Justicia impone. No por el cargo, ni por la solemnidad que caracteriza al poder judicial. Belloch produce algo así como miedo por la propia expresión -más que seria- de su rostro. Si encima se acompaña de una cabellera aun algo indómita, a la que se añade una barba negrísima que casi empalma con las patillas, tan pobladas, pues para qué decirle usted. ¡El hombre lobo!
Y, sin embargo, Juan Alberto Belloch no es ni mucho menos eso que aparenta. En su caso, la fisionomía falla estrepitosamente. Igual que fracasa el dicho de que la cara es el espejo del alma. Belloch no tiene el alma negra, ni muerde.
Estas consideraciones se inspiran en una experiencia personal. El cronista conoció al personaje en Zaragoza, con motivo de unas jornadas periodísticas que dirigía el murciano Pedro Farias. Tras los coloquios de cada día -en los que, por cierto, manifestamos posturas diferentes sobre la regulación de la ética en el periodismo-,el barbudo Belloch, que era presidente de la Audiencia de Bilbao, salió con todos los demás a hacer la noche, que se llama. Recorrimos los lugares más típicos; practicamos el copeo y la tertulia desenfadada. Nadie podía imaginar, en aquellos ambientes, que tan animado joven era un miembro notable de la judicatura. Lo cual habla a su favor. Y lo que uno espera, ahora que ejerce de ministro, es que mantenga el mismo encantador talente.