García Martínez – 6 septiembre 1993
Menos mal, oyes, que llegó por fin el primer domingo de septiembre. Mejor dicho, la primera jornada de la liga de fútbol profesional. Hasta ahora, y desde que acabó la campaña 92-93, todo ha sido provisionalidad. O sea, veraneo.
Pues veranear es la excepción mediante la cual se confirma la regla de que el resto del año hay que dedicarlo a currar. Y a la Liga, claro. Desde ayer, el mundo ha vuelto a lo suyo. Y todo encaja. Se jugaron los encuentros, estuvimos en la grada, vimos las caras nuevas, miramos la quiniela, llevamos a la casa unos pastelicos…
Y esto último, corriendo, corriendo, porque a las siete daban partido en la cadena de los ricos. Lunes, martes y miércoles comentaremos lo que sucedió en los céspedes el domingo 5, para dedicar jueves, viernes y sábado a predecir lo que ocurrirá el domingo 12. El río de lo cotidiano entra finalmente en el cauce apropiado. Ahora ya la vida discurre con esa monotonía confortadora que la hace más larga y duradera de lo que es en realidad.
El fútbol es la leche. Una y otra vez renace de sus propias cenizas. Cuando parecía más apagado, resucita chisporroteante en todos los canales de la televisión estival. Culos en piscinas y balones en yerba, culos y balones, misses de cuero suave, pelotas de cuero duro. Salsa, bakalao, mojama húmeda, longaniza de esa buena y de tó. El fútbol o la normalidad.
Y si hubiere goles, para que contarle.