García Martínez – 10 septiembre 1993
Lo de menos es que te suban los impuestos, pues, quieras que no, a todo se resigna uno. Lo peor es que, encima, tengas que papelear. El personal admite que el Estado procure sacar del cuerpo del ciudadano todo el saín posible. Pero siempre que lo haga de un modo más inteligente. O sea, procurando no molestar sino lo imprescindible. Cobre sin perturbar, tendríamos que exigirle al todopoderoso aparato administrativo.
Esta indignación que me pone al borde de la apoplejía se produce tras enterarme de que, cuando se ceda el 15 por ciento del IRPF a las comunidades autónomas, los contribuyentes tendremos que hacer ¡dos declaraciones! No me diga usted que no son ganas de provocar. Ya es un dolor que, cada vez que el de arriba aprieta, los de abajo tengamos que quedamos mohínos y desvelados, mientras nos tanteamos el demediado bolsillo. Pero todavía resulta más triste que, además de soltar la pasta, nos obliguen a rellenar tantos impresos que se nos ponga la cabeza ida por culpa de números y numerajos. En cuanto que funcione lo del 15 por ciento, habremos de declarar, por un lado, lo referente al dicho 15, y por el otro, lo que afecte al 85 restante. Demasiado para el cuerpo social.
Conforme nos va forzando a pagarle más, el Estado podría simplificar el papeleo. Y ese consuelo, al menos, sí que nos quedaría. Lo otro -pagar y, además, complicarnos la vida-denota sadomasoquismo.