García Martínez – 11 septiembre 1993
Un compañero que algo sabe de cine y que no es un meapilas, Ángel Fernández-Santos, escribe con asco sobre la calidad de algunas películas presentadas al Festival de Venecia. Se refiere a la “plaga de ficciones enfermizas ‘’que afecta a un buen número de producciones. Una ficción trastornada en torno ala sexualidad de unos personajes, más o menos perturbados, que insisten en practicar el incesto.
Si a lo dicho se añade la violencia gratuita y estúpida que reina y gobierna otros tantos filmes; el mal gusto rebozado en supuesto ingenio; y esa manía en rizar el rizo de lo sucio por ser sucio, el cronista puede acabar hablando como si fuera un curapacato que estuviese fuera de época. Cuando uno desenchufa el televisor o se sale del cine porque ya no soporta el desenfreno de la mediocridad, ¿qué cabe pensar? ¿Son ellos los que tienen la razón, en tanto que uno es sólo el pobre hombre que arrastra los complejos y frustraciones de una infancia de postguerra entre Franco y Ripalda? ¿Es servidor un imbécil sólo porque le repatea Telecinco?
Quizás ha llegado la hora de no aguantarse más de plantar cara a estos vividores del celuloide y decirles que se vayan adonde el lector y yo sabemos. Porque, al paso que vamos, puede llegar un día en que el hombre normal, hasta donde eso es posible, tenga que avergonzarse por no ser un degenerado.
Y, cuando eso ocurra apaga y vámonos.