García Martínez – 1 Febrero 2005
Ya dice el dicho aquello de «Eramos pocos…», cuando a una situación difícil se le añaden dificultades nuevas. La Región no está para más sustos. Bastante tenemos ya con que cada día se nos niegue algo desde las que llaman altas instancias. Ahora nos caen encima las consecuencias de un terremoto. Y dé usted gracias, se nos dirá, pues que pudo haber sido aún peor. Muy bien, gracias sean dadas.
Hace tres días, los hielos arrasaron prácticamente todas las hortalizas que verdeaban hermosas en los campos. Se pedirá zona catastrófica. Y lo mismo, para encarar los daños del seísmo. Pero he aquí que, según me creo, esa figura administrativa -la de zona catastrófica-, desapareció hace mucho tiempo. Así, pues, clamamos en el desierto.
Con el terremoto se registran daños materiales, pero también entre la población. Porque los efectos de un sustazo como el que han soportado los vecinos de Zarcilla de Ramos y La Paca no se desvanecen fácilmente.
Podría decirse lo del perro flaco y las pulgas. ¿Y para qué? Ya nos lo han dicho los expertos: «Debemos acostumbrarnos a los seísmos». Pero ¿cómo se acostumbra uno a eso?
-Pues lo mismo que nos hemos acostumbrado a que no nos den agua o a que no nos quieran dar aeropuerto. Y tantas otras cosas.
Pues a mí me parece que no hay que acostumbrarse a nada de eso. Ya, ya sé que, tocante al terremoto, a la fuerza ahorcan. Y que en eso la autoridad tiene poco que hacer, pues que una Autoridad Superior es la que decide. En esto, como en todo, quien manda manda. ¿Pero cómo te vas a resignar si, cada día que Dios amanece, el cuerpo te pide mejorar con el sudor de tu frente? Es algo inevitable, que corresponde a la condición humana. Sin el ímpetu vital y cotidiano, nos moriríamos.
Pero, claro, todo iría mucho mejor añadiendo a ese sudor nuestro una miaja de sudor oficial y administrativo, como si dijéramos. Hablo de gestos políticos desde Madrid. Algo positivo, joder, que nos levante un poco la moral.
Esta Región lleva una racha verdaderamente penosa. Como si alguien nos estuviera castigando por algo. A lo mejor es que los murcianos no hemos sido políticamente correctos.
-A lo peor.