García Martínez – 26 septiembre 1993
Hay que gritárselo a quien corresponda: al ministro de la agricultura, al ministro del urbanismo, al Mercado Común, Gritárselo, sin miedo ninguno a las represalias. ¿Pues acaso podrán represaliarnos aún más? Lo diré ya: los limoneros lloran por dos razones, y no sólo por un cerno se ha creído desde antiguamente. Lloran, sí, porque suelen cotizarse a bajo precio, inferior a lo que cuesta darlos a la luz. Pero lloran lo mismo -o con más desasosiego, si me aprietan- porque, en muchos casos, el limonar entero será sacrificado.
Esto último es algo que se ve venir. Incluso el más lelo es capaz de advertirlo. Un limonar cuyo destino sea convertirse en solar -en suelo urbanizable, que dicen para disimular- va degradándose poco a poco. Crecen las malas hierbas hasta una altura tremenda, No una altura de bajo, diez plantas y ático, pero casi. En contra de lo que pudiera pensarse, los animalillos del campo se marchan de los bancales condenados a llamarse solar.
Mirlos (merlas para los amigos), grillos, chicharras, saltamontes. Todos se largan de allí. Y vienen a ocupar su sitio los animaluchos más urbanos y repugnantes: las ratas.
Los limoneros de los limonares lloran sus lágrimas amarillas dos veces cada día. Cuando amanece, porque los limones se pagan mal; y cuando anochece, porque los quieren hacer solares.
¡Así lucen los huertos, mustios y deprimidos como están!