García Martínez – 1 octubre 1993
Ciertos días, quien corresponda-no se si el propio Dios- le pasa una gamuza al paisaje, y el aire se vuelve mas transparente. Todo se ve con mayor nitidez y relieve. Si te paras a contemplar desde una loma, parece que vieras un Belen. El rio es plata y los limones son oro. La luz del sol no lleva polvo en suspensión, como se suele decir; ni se desprende bruma de las riberas. Es una limpieza francamente llamativa.
Si tenias alguna cosa en contra del paisaje-sea rural, sea urbano- casi te reconcilias. No del todo-solo casi, porque la vida es dura y, siempre que puede, nos pega pescozones a los pobres y tontos hombres. Cuando un hombre se encuentra mal, lo primero que hace es enfadarse con el paisaje. Deja de reconocerle lo que tiene de hermoso, y solo le mira los defectos, para exagerarlo. Quienes llevan mucho tiempo sufriendo hace también mucho tiempo que no ve un árbol, ni oyen el ruido de una acequia, ni escuchan piar de un gorrión, aunque tengan el árbol delante, la acequia al lado y el gorrión encima. A falta de alguien importante a quien dirigir la protesta, descargas la rabia de tu no ser nadie en el paisaje. Y, desde ese momento, sobre todo si vas en el coche o en el tren, no recorren tu ojos el panorama, sino que dejas que el panorama te recorra a ti, sin hacerle maldito caso.
Hasta que llegas un día como el que te digo, tan limpio, y casi te reconcilias.