García Martínez – 3 Febrero 2005  

No tengo más remedio que reconocer -a estas horas de la mañana- que, aquí, don Felipe González me lo ha puesto dificilillo.
-¿Se refiere usted al Felipe González de toda la vida?
Sí, señora. Al genuino.
-¿Al que decía «por consiguiente»?
Sí, señora. Al mismísimo.
-Vale. Siga.
Gracias, hombre. Tómese algo. Pues este Felipe González viene a decir -bueno, ha dicho literalmente- que esto del Plan Ibarreche es como si el ayuntamiento de Cartagena declarase la guerra a Taiwan.
Tremenda comparación. De momento, Cartagena y su entera comarca han entrado en un sinvivir en ellas. Porque, claro, ante una declaración semejante, lo que se busca en seguida son las segundas intenciones. ¿Y por qué las segundas? Pues porque a las primeras -el intento de anexionarse la isla china por parte de los cartageneros- no se les ve la punta. O sea, la explicación.
Vayamos, por tanto, a las connotaciones. Convendría saber si el declarante ha querido aludir a la vocación cantonalista de Cartagena. Y si es que acaso ha detectado él algún bulle-bulle secesionista y pretende, con sus palabras, abortarlo.
De no ser algo así, no se entiende lo que ha querido decir. Porque, siendo verdad que en Cartagena se construyen barco de guerra y submarinos, debería saber el ex-presidente que no son para uso propio, sino que se trata de meros encargos. Lo contrario justificaría un Bono en el Gobierno regional.
-¿Mande?
Quiero decir un consejero de la Defensa.
-¿Y quién podría ser?
Pues yo creo que el más apropiado sería Marqués, por ser quien tiene más acometividad. Para esta clase de negociados, conviene poner a un tío que presente batalla.
-Ya, pero es que Marqués no es de Cartagena. Veo mejor que el cargo lo asuma un concejal cartagenero.
Visto así, desde luego. Y, además, que Felipe ha aludido sólo a Cartagena, por lo que Murcia debería quedar aparte. También es cierto que, siquiera por solidaridad, Murcia tendría que echar una mano. En fin, eso habrá que verlo también en el Congreso de los Diputados.