García Martínez – 4 marzo 2005

La Casa Real se ha visto en la necesidad de mandar una nota a la prensa, haciendo saber que la Princesa Leticia no padece ninguna forma de anorexia. Se sale así al paso de rumores incluso europeos.
La Princesa está delgada. ¿Qué tendrá la Princesa? Pues qué sé yo, pero quizás la conclusión sea que se trata de una persona delgada, sin más. Sólamente eso. De ser como digo -o sea, que no existe patología-, la comunicación por parte de Zarzuela hubiera quedado aún mejor, diciendo más o menos: «La delgadez de Doña Leticia se debe a que es de natural delgada». Y listo.
Puede que el problema se reduzca sólo a eso. El Príncipe, por no ir más lejos, siempre fue un joven demasiado alto para su edad, por así decirlo. Y nadie pidió explicaciones a la Casa Real. El Rey, por seguir en el mismo entorno, es bromista. Y no se le exige una justificación de cara a los que llamaremos súbditos. Las cosas son como son y, la mayoría de las veces, son porque son. Quiero decir que la Naturaleza nos hace de una determinada forma. Y ca uno es ca uno.

Hoy está de moda-y no sólo entre las señoras- llevar pocos kilos a cuestas. Mira las modelos. Algunas hay que gastan mucho menos peso que la Princesa.

Comoquiera que el estrés engorda, se justifica que, cuando trabajaba en la tele, Doña Leticia estuviese una miaja más metida en carnes.
-¿Y es que sus obligaciones de ahora no estresan?
Pues, mire usted, yo creo que menos. Ejercer en la televisión es lo más estresante del mundo. No se lo puede el lector ni imaginar. El estrés que le produzca su trabajo como Princesa viene a ser, en comparación, peccata minuta.
Incluso fuera de la pasarela hay mozas verdaderamente esqueléticas. Y no están enfermas. Aparte de que en algo habrá cambiado el régimen de comidas de Doña Leticia. Yo me la imagino en la tele echando mano, deprisa y corriendo, de un sandwich de los que se sacan de las máquinas expendedoras. Y eso -junto con el ejetreo del trabajo televisivo- sí que engorda. O, por lo menos, impide adelgazar.

Quien esto escribe luce una perola en la que no entra una gorra de la talla sesenta. Y, sin embargo, no por ello se atribuye a enfermedad.