García Martínez – 13 marzo 2005
Resulta curioso comprobar que, desde que llegó la democracia, las tradiciones populares se han desbordado por encima de la tinaja. Comoquiera que esas celebraciones -con sus costumbres y usos- requieren que la gente se agrupe, a lo mejor fue la derogación de aquella norma franquista que impedía que dos o más se reunieran en público lo que ha propiciado el esplendor al que aludo.
Lo mismo la Semana Santa que otros festejos de índole muy diversa atraviesan momentos felices. Los desfiles de todo tipo, las romerías, las asociaciones castizas, todo funciona a tope e incluso, como he dicho, por encima del tope.
Quedémonos en la Semana Santa, que es lo que tenemos más cerca. Pocas veces se ha visto tanto trabajo desinteresado, tanto entusiasmo, lo mismo por parte de las cofradías que del gran público.
-Pero esto ya se hacía en tiempos de Franco.
Sí, pero menos. Lo cual es curioso. Cuando el catolicismo era poco menos que obligatorio, como la mili, la conmemoración pasionaria no llegó a alcanzar ni la mitad del éxito actual. Debe de ser que, cuando al personal se le deja a su aire, sin estar al cuidado de que pueda aparecer el vigilante, quien más quien menos se apresura a dar de sí todo lo que lleva dentro.
Es verdad que, cuando la dictadura, en otro orden de festejos, los llamados Coros y Danzas de la Sección Femenina trabajaban, en muchos casos, con gran aprovechamiento. Pero eso no era nada en comparación con lo de ahora.
La otra tarde, en Las Claras, en una comparecencia de Oché Cortés, que trajo retazos radiofónicos de otras Semanas Santas, alguien preguntó si el fervor procesional tenía que ver o no con la práctica religiosa. Pues, mire, unas veces sí y otras no. Aunque, en última instancia, ¿quién sabe cuál es el origen de la vibración interior que afecta a casi todo el mundo ante la rememoración?
Lo que sí parece estar claro es que, cuando esa festividad y su presencia en la calle se ha vivido de niño, con intensidad y asombro, el individuo adulto no puede resistirse a la atracción que le produce el ambiente (cívico-religioso, que decían) de aquella Semana Santa mamada desde la cuna.
Y algo parecido ocurre en otros ámbitos, como el del folklore.