García Martínez -20 marzo 2005
Ahora en Semana Santa, por no ir más lejos, pues nada, ni los escucho. Ya se imagina el lector, porque el lector me conoce, que estoy hablando de los políticos que aparecen en la radio o en la tele. En la prensa escrita es más fácil eludirlos. Te los saltas y santas pascuas.
Durante estos días, su presencia en la televisión -aparte de ser menos frecuente- la sustituyo por esas películas que ya hemos visto todos mil veces. Aludo a «La túnica sagrada», «Ben-Hur» o «Sansón y Dalila». Esto es algo que, después de tantos meses asistiendo a sus rifirrafes partidarios y partidistas, te relaja un montón.
Para cuando no es Semana Santa, me he dado a mí mismo una fórmula de trato con ellos que, según me creo, funciona. Se trata de oír sin escuchar.
-¿Ah! Por eso ha puesto usted el título ese de «como el que oye llover».
Ahí le duele. Y también ellos les dolerá, si se enteran…
-¿Usted cree?
Sí creo, pues no hay cosa que más les moleste, aparte de perder su poltrona, que el pagano no les preste ninguna atención. Aunque reconozco que hay otros que, si no atiendes a su discurso, les da exactamente lo mismo. O sea, que ellos también se toman tu actitud -que a lo mejor a ti te parecía castigadora- como el que oye llover. Son aquellos a quienes les da igual ocho que ochenta.
La fórmula que comento es sencilla. Uno va en el coche, oyendo la radio. O está en casa, viendo la televisión. Y lo que haces es que oyes sin escuchar. Eso no quiere decir que no percibas tú de qué cosa hablan. Más o menos, ¿eh? Lo que pasa es que no te perturban con el cómo lo hablan. Bien llevado, esto constituye un excelente modo de relajación, muy necesaria en tiempos tan putos como los que vivimos.
Quizás me reproche el lector lo que parece una manía hacia estos hombres que, quieras que no, pues de todo habrá en la viña del Señor. No, mire, no se trata de despreciarlos. Casi todo tiene su justificación. Y la mía es que ya no puedo más. Esas peleas en las que se enzarzan a diario, desde hace justo un año, el PP y el PSOE me iban a llevar a mí a la Arrixaca (zona psiquiátrica). Sus pataletas estaban a punto de costarme una enfermedad.
Y no merece la pena, de verdad.