García Martínez – 9 mayo 2005
Ay, ay, ay! Mira tú, que el nene y la nena se están portando muy mal, allá en el lejano Madrid. La nena no es otra que Esperanza Aguirre, y el nene, Gallardón. Pero, hombre, por favor, con la cantidad de problemas que padecen las Españas y estos dos niñeando como si fueran meros niños. O sea, Ibarreche en la Moncloa, como la llaman, y estos pavos en la vía. No es un espectáculo edificante.
Al personal le gustaría saber -aunque sólo hasta cierto punto- cuál de los dos es el malo. Porque, en esto de las disputas, siempre hay un afán de simplificación. Pero eso no es fácil, porque, muy probablemente, la culpa de las disensiones sea de ambos.
A lo mejor sucede que estos retoños del frondoso árbol conservador andan todavía una miaja verdes. No han alcanzado el nivel de madurez de, por ejemplo, un Fraga, que está ya en plan breva macoca.
A Gallardón lo conozco poco, pues apenas ha venido por aquí. No puedo decir ni blanco, ni negro. Algo juvenil de más me lo represento. Como si le faltar, ya digo, un hervor. Y eso sin negarle cualidades que se le ven incluso en la distancia, como es una cierta facilidad para la oratoria. No tiene mal discurso.
Tocante a ella sí que sé algo más. Por ejemplo, que carece de sentido del humor. Y precisamente esa carencia es la que hace que no sepa zanjar con una pirueta la pelea que el nene y la nena se traen entre manos. Aún insisten, siendo cosa tan baladí, y eso ya molesta a los espectadores que somos.
-¿Por qué le achaca usted falta de humor a la señora?
Fue que, en una ocasión que vino a Murcia, me mandaron que le hiciese una entrevista. Y tras una hora larga de estar charlando, se me ocurrió -por aquello de la canción- preguntarle si era verdad que sólo sabía bailar cha, cha, chá. ¿Dios, cómo se puso! Le salió un morro que casi llegaba a la puerta de la calle, que era la de la Gloria, pues estábamos en el Colegio de Abogados.
Lo único que servidor pretendía era darle una miaja de amenidad al asunto, un toque humano que, en definitiva, le favorecería a ella más que a mí. A la gente le gusta que los encopetados personajes desciendan de la tarima y saluden. Que se vea que también son de carne y hueso. Pero a veces no hay forma.