García Martínez – 11 mayo 2005
Si digo heredero con hache pequeña, me estoy refiriendo al niño y a la niña que, según vengan las cosas, se alzará con el título. Si supiéramos desde ya que será nene, escribiría el Heredero, y si nena (y con la Constitución reformada), la Heredera.
-Hace usted bien en aclararlo, porque así nadie se llama a engaño.
Muchas gracias, hombre. Estos días toca lo que toca, como es el embarazo -en el buen sentido- de Doña Letizia. A la señora, desde que se casó, le ponemos el Don don D alta. (Las cosas de la Familia Real hay que llevarlas por el libro. Que, si no, viene Llamazares y nos mete un rollo republicanístico).
Comoquiera que los medios están a la que salta, ciertos cronistas se muestran sorprendidos porque, en los programas especiales sobre el evento, las audiencias no han sido nada notables: entre un diez y un quince por ciento. Hablamos en comparación. Por ejemplo, con lo de Fernando Alonso.
-¿Este Alonso tiene algo que ver con las famosas (y tristemente desaparecidas) pastillas de café con leche que se fabricaban en Murcia?
Pues, mire: si he de decirle la verdad, me pilla usted completamente en calzoncillos. Lo ignoro. O iñoro, como con tanta propiedad pronunciaba Tip.
Vamos con las audiencias. Yo las veo, así de escasas, completamente justificadas. En esta ocasión no se retransmitía un suceso palpable, como puede ser una boda (real o principesca). Esta vez, lo interesante no era sino la escueta noticia del embarazo. Y eso se dice en cuatro segundos. Todo lo demás ya es farfolla y perifollo. Quiero decir imágenes que llaman de archivo, más vistas y revistas que el tebeo. O consideraciones vanas – en torno a la preñez- por parte de los cronistas de siempre. El embarazo de Alonso -hacer lo que hace no deja de ser embarazoso- fue un evento que duraba un montón de vueltas y cuyo desenlace era incierto.
Y del nombre, ¿qué? El personal de la calle sugiere Pelayo. La Casa Real ni corrobora, ni desmiente. Tendría que ser, me creo, Pelayo II. Y si fuera niña, yo le pondría Letizia. No por nada, sino porque -algo que poca gente conoce- la palabra letic(z)ia significa: alegría, regocijo y deleite. Y, como dijo el otro, ¿qué mejores atributos para una Reina de un país tan triste?