García Martínez – 16 mayo 2005
Desde el principio debo confesar (y lo confieso) que soy un pésimo conductor. De entrada lo digo para que nadie crea que quiero dármelas de maestro de autoescuela. Llevo a cuestas accidentes diversos y erosiones múltiples.
Lo cual no quita para que me atreva a proclamar que en Murcia se conduce mal. Quizás no sea eso exactamente. Así es que lo diré de otra manera. Tal como anda el tráfico, conducimos con demasiada melsa, con excesiva demora, de modo que nos dificultamos e incordiamos los unos a los otros.
Cuando el semáforo se pone verde, tardamos demasiado tiempo en salir pitando. No llevamos en la cabeza el itinerario, lo que hace que nos metamos por carriles que no nos convienen. Nos movemos lenticos, como si fuéramos de cochepaseo. Pero lo peor de todo suele ser el tío que va delante. Su manera de hacerlo.
-De hacer ¿qué?
Pues, coña, la conducción. ¿O es que estamos hablando de los Reyes Católicos? (A veces, el lector consigue sacarme de mis casillas).
El que va delante de ti (alguno, que no todos) se mueve despacio, dejando que entre él y su delantero haya sitio para tres o cuatro coches. Así, uno anda retenido y con el nervio emponderado, porque adviertes que, de un instante a otro, el semáforo se va a poner en rojo. Pero el de delante, nada, discutiendo con la que viaja a su lado y como el que oye llover. Si te resignas es sólo para evitar que te dé un paparajote.
¿Pero qué hace el tío que va delante? Pues que, ni corto ni perezoso, después de lo que se ha demorado, llega y se salta el semáforo, en amarillo o incluso en rojo. Y a mí -gilipollas, que soy un gilipollas- me deja allí plantado.
Con estas cosas (y con otras), el tráfico de Murcia está para ahorcarse. Antes, cuando éramos una ciudad alegre y confiada, ibas con el coche a cualquier parte y aparcabas en misa mayor. Te podías permitir el lujo de no poner mucha atención y de no apresurarte. Ahora, sin embargo, hay que circular como en Madrid. No es que me guste especialmente, pero no hay más remedio. Esta Murcia no es aquella.
Insisto (y ya me marcho): al primero que hay que meter en cintura es al tío que va delante.