García Martínez – 18 mayo 2006
Clemente ya sabemos que lo es, pues que su propio nombre lo indica. Pero se supone que lo adornan también otras virtudes. La suma y resumen de todas ellas se contiene en una sola palabra: lealtad.
El hallazgo de este adjetivo compendiador -toma ya- no es mérito mío, sino que corresponde a Antonio Reverte, que lo sacó a relucir en la presentación que hizo, en la Asamblea Regional, del nuevo libro de Clemente García, alcalde capitalino que fue en la transición.
Sus Crónicas de la Autonomía de Murcia son la continuación de otras. Esta vez, lo que se cuenta es cómo ha funcionado lo autonómico murciano, desde 1997 a 2004. Si Quien Corresponda le da salud, algún día llevará a la imprenta lo que todavía está por suceder. Desde luego, este libro no es el Código Da Vinci. Hay que mirarlo (y sobre todo consultarlo) despacico. Constituye sin duda un capítulo de la Historia de Murcia, que servirá para que quienes vengan después sepan qué sucedió realmente en este primer tramo de la democracia regional.
Clemente ha sido un tipo leal. Una cualidad ciertamente rara en los tiempos que corren, cuando las deslealtades ganan a las lealtades por goleada. El motivo tendrán que buscarlo los sociólogos, aunque en muchos casos el ciudadano podrá sacar sus propias conclusiones, mirando con una miaja de atención el panorama de cada día.
Fue nuestro personaje leal a sus convicciones incluso durante el franquismo que lo nombró edil principal de Murcia. No hace falta entrar aquí en detalles, ni buscar en los documentos, pues las gentes de su generación me creo yo que no lo necesitan. Leal a aquello en lo que creía -que no era por entonces, ni mucho menos, la doctrina oficial que emanaba de El Pardo- y leal a Murcia y a los murcianos. Y esto lo escribe alguien que, con Franco mandando, ya le soltaba algún que otro pescozón municipal, usando de una libertad de expresión que aún estaba por venir.
No se revolvió Clemente contra la crítica, ni echó mano del delegado provincial -¿ay!- de Información y Turismo. Aceptó la regañinas (quizás no siempre justas) con lo que después se llamaría talante democrático.
Así, pues, lo dejamos en Clemente Leal García.
-Una cosa que esté bien.