García Martínez – 29 julio 2005
Desde luego que no estoy aludiendo a monseñor Tarancón, que en gloria esté.
-Pues mire lo que le digo: seguro que está en gloria, porque, cuando lo requirió la democracia, el hombre hizo lo que pudo y más.
En los muros de la patria mía, los fachas escribieron aquello de Tarancón, al paredón. Y, sin embargo, no se le escuchó queja ninguna al cardenal. Los políticos actuales, en cambio, en cuanto que alguien se mete con ellos -dentro o fuera de una manifestación- ya ponen el grito en el cielo.
-Eso es porque son muy suyos.
Pues será. Pero yo no quería hablar de este Tarancón, sino del pueblo por cuyo término municipal cruzamos quienes, desde el Levante, vamos a Madrid.
Lo que se hace mal desde el principio acaba dando la murga antes o después. La decisión de que no construir una autovía encima (o justo al lado) de la carretera nacional que pasa por la Mota del Cuervo, nos lleva ahora a entonar las madresmías. Porque, según reconoce la autoridad, la denominada A-3 se ha convertido en una trampa para los automovilistas.
La cicatería de entonces, ya digo, produjo muy mala renta. A nadie con cierta visión de futuro se le ocurre empaquetar por la A-3 a los de Valencia, Alicante y Murcia. Eso es de tontilocos.
Una vez vino a vernos el señor Bono. En el transcurso de una comida en la que descubrió los higos de pala, le pregunté por una posible autovía en el trayecto de siempre. El hoy ministro defendió que la antigua ruta, la de toda la vida, era mejor que se quedase como simple carretera local. Y ahora, ¿qué?
Al meternos a todos por el embudo de Tarancón, no sólo perdimos la oportunidad de ir a Madrid como Dios manda. También nos robaron el paisaje -tan ameno e incluso entrañable- que nos regalaba la ruta Murcia-Madrid pasando por la Mota.
Nos quitaron Las Pedroñeras con sus ajos, la Mota con sus molinos y Aranjuez con sus sus judías con faisán. Estas cosas también cuentan. Ahora nos mandan a la Corte, juntos y revueltos, a todos los levantinos. La cicatería de antaño, junto con la frivolidad de los Bonos, invita a no ir a Madrid como no sea en tren. Lo malo es que el tren -¿puaf!- tampoco funciona como debiera