García Martínez – 25 julio 2005
Don Miguel Mihura escribió una pieza teatral de mucho éxito, titulada «Ninette y un señor de Murcia». Quienes se ocupan estos días de darle homenaje, lamentan que el sistema imperante no quiera saber nada de este autor, a pesar de su genialidad.
-O precisamente por eso.
Pues quizás tenga usted razón. El humor carece de prestigio dentro del sistema ahora mismo imperante. Abundan, eso sí, otros miuras: los de afilada cornamenta.
Ni siquiera en Murcia hemos tenido la atención de acordarnos de un autor que inventó nada menos que La Codorniz -la revista más audaz para el lector más inteligente- y que nos retrató sin herirnos en «Ninette».
A lo mejor es que, lo mismo aquí en la provincia que allá en la Corte, el humor tiene mala prensa. Como los humoristas, a quienes en el fondo se les mira mal, porque son capaces tomarse la vida como la vida se merece.
En España hay poco sentido del humor, a pesar de lo que digan algunos. Y, entre los políticos en general, menos todavía. Nos hace más gracia un mariquita soltando mariquiteces, que una comedia inmarcesible como es «Tres sombreros de copa». No le sucede eso a un murciano ilustre, como es Gustavo Pérez Puig, cuya trayectoria en el teatro reluce aún más cuando, cada vez que puede, saca a Mihura de su corazón y lo coloca ante las candilejas.
El humor, entre nosotros, ya digo: o mariquiterías o mala uva. La excepción en esto del desinterés oficial sería Cervantes, hombre de humor hasta las cachas, a quien el sistema imperante sí que le ha rendido fastos. Pero eso es porque no había más güevos. Y por oportunidad política.
«Ninette y un señor de Murcia» es una comedia deliciosa. En ella se nos muestra una Murcia ya extinta, muy provinciana, pero también muy verdadera. Como andamos por julio, aun nos queda la oportunidad de hacer aquí algo en torno a la «Ninette» y en recuerdo de quien la trajo al mundo.
En la Feria de Septiembre, además de correr los miuras en la Condomina, quizás pudiéramos los murcianos corrernos de ternura y risa con el Mihura humano. Sólo hace falta que la autoridad cultural caiga en la cuenta y entienda que merece