García Martínez – 12 septiembre 2005
Vea el lector que me resisto a referirme en este caso a Dios con mayúsculas. No deseo herir sensibilidades. Ni siquiera la mía. Porque yo soy muy sensible.
-¿Hombre! Eso es algo que se le nota a usted a la legua.
Muchas gracias. Estamos en lo de siempre: ¿cómo es que Dios consiente catástrofes como la de Nueva Orleans, como la del maremoto de Asia y como la hambruna de Africa? Cada cual comenta el asunto a su manera e incluso a su conveniencia. Pero los hechos están ahí, terribles. Y se repiten.
De forma que me evitaré problemas si adjudico los desastres a un dios malo. Tan malo que muchos piensan que ni siquiera se trata de un dios con minúsculas, sino del mismísimo Diablo.
Es verdad que los hombres ayudamos a que ciertas cosas ocurran, como es el caso de la estúpida guerra de Irak. Pero, la mayoría de las veces, ese dios menor al que aludo es quien tiene casi toda la responsabilidad. Porque, si bien se mira, también podría haber iluminado, como quien dice, a Bush.
Ultimamente, al dios de nuestra historia le ha dado por soplar. No digo soplar por beber -aunque, a lo mejor, también-, sino un soplar que le sale de dentro y que alcanza velocidades de doscientos y más kilómetros por hora.
Falta saber si a la capacidad de dicho soplo tan dañino contribuye el factor humano. Porque, según los expertos, pudiera ser que tornados y huracanes sean cada vez frecuentes y virulentos, como resultado del mal trato que los hombres estamos dando a la Naturaleza. Porque esto no admite ya ninguna duda. La degradación del medio ambiente está a la vista de todos. Es probable que algunos ecologistas exageren, pero no hay duda de que nos estamos cargando este planeta.
Con el petróleo que hacemos aflorar desde las profundidades contaminamos la atmósfera en una progresión casi geométrica. Quizás ha llegado el momento de coger el toro por los cuernos. Y, principalmente, por parte del propio Bush, tan cabezón a la hora de no someterse a los famosos acuerdos de Tokio.
Puede ser que el dios soplón haya mandado un aviso al país más poderoso, por ver si le baja los humos. Que los imperios, como se ha visto, también tienen los pies de barro.