García Martínez – 08 septiembre 2005
Qué hermosura, criatura! No me lo podía creer. Entre sueños escuchaba un ruido que no era el de la obra que hay enfrente de mi casa. Un rumor de chapoteo, más bien. Una tamborrada suavísima. Una música, coña. De esa refrescante.
Así es que me levanté. Y bendito sea el Señor e incluso su Santo Nombre. El dios de la lluvia -que no sé si es el mismo- lloraba sobre Murcia. ¿Ay! Si estaremos agobiados los murcianos, que la llantina de los dioses la tenemos nosotros por diana gozosa y floreada.
Amaneció un día gallego. Umbroso. Me llamó el catedrático europeo López Pina, uno de los padres de la Murcia autonómica: «Qué felicidad. Lloviendo en Murcia, ¿se puede pedir más?». Y él mismo se rectificó al instante: «¿Claro que se puede pedir más!». Porque, como suele suceder, lo mismo salen ahora los meteorólogos diciendo que lo llovido es inapreciable.
Ignoro si tendrá que ver, pero lo señalo por si las moscas. No se puede negar que la lluvia apareció al día siguiente de que la ministra Narbona visitara Murcia. (Esto no tardará en rentabilizarlo el señor Saura, pero las cosas son como son). Aunque, si a eso vamos, también llegó la Virgen hace cuatro días.
Las hojas han perdido el polvo, en el buen sentido, y han recuperado su verdor. Que ya daba grima ver cómo la Murcia nuestra mostraba una faz enteramente saharaui. Escribo de buena mañana, sin ocultar mi euforia. Mas ya clarea. Y el paisaje sigue a la espera de una lluvia que se ha detenido ojalá que sólo para almorzar.
Nos queda el consuelo de saber que el agua de los cielos no nos había abandonado para siempre. Si después de tanto tiempo sin disfrutar de este amor, tenemos que hoy ha llovido, ¿quién te dice que no volverá a llover mañana?
-¿Qué anuncian las cabañuelas?
¿Ah, mi amigo! Las cabañuelas se murieron hace ya mucho tiempo.
Por si alguno pensaba que Quien Corresponda ha tenido con esta lluvia un detalle con la Murcia concreta, se equivoca. Los medios dicen que, en el Mediterráneo superior, padecen hasta inundaciones.
Tan desesperados andamos los de aquí que, si nos ocurriera lo mismo, cantaríamos: «Bendita inundación, que nos ha traído el agua».