García Martínez – 23 Febrero 2005
Pregunto nada más, ¿eh? Pues tampoco quiero pasarme de listo y adelantarme a lo que aún está por ver. Pero, vaya, los síntomas cantan.
Y esos síntomas dicen que quizás se estén abriendo las puertas de acceso a un tiempo nuevo, en el que las relaciones entre Narbona y Murcia se encarrilen hasta alcanzar, no ya la normalidad, sino la cordialidad.
Esto que digo se deriva del riente tono ambiente en el que floreció la entrevista que le hiciera Buitrago a la Ministra en La Verdad. Cuando el compañero experto en aguas se apea, como se apeó, de la circunspección que de natural lo conforma, servidor se siente libre para lanzar las campanas al vuelo.
Si a eso se añade que, en su viaje de ayer a Murcia, la Narbona deseaba que todo discurriera por la senda mejorada de lo políticamente correcto, me parece a mí que a la miel del entrevistador se le pueden añadir las hojuelas de la buena predisposición de la señora.
Quejóse la Ministra hace unos días de que, cada mañana, detectaba en la prensa de Murcia incluso misoginia. Uno reconoce que, desde que nos birlaron lo de Ebro, la moza ha recibido alguna leña por parte de los medios. Pero no por ser ella una señora, sino porque cuando a una Región le arrebatan su juguete más querido -como es la esperanza en el Trasvase-, lo normal es que agarre una rabieta chillada.
Esta Región me creo yo que no es nada misógina, antes al contrario. Aquí, la calidad de la luz, la tibieza del clima, el perfume del azahar y el ruido del agua -aunque escasa- en la acequia nos producen una exaltación del ánimo que lleva al enamoramiento.
-¿Y eso incluye a la Narbona como oscuro objeto del deseo?
¿Hombre! Entiéndame usted. Oscuro, no, sino muy a las claras. Quiero decir que, en general, el sujeto murciano no tiende a la misoginia. Por lo que toca a mí mismo, hace mucho tiempo que me hice eco de un como erótico glamour con el que la Narbona te engancha. Y espero que no me llamen machista por eso.
No digo yo que, desde ahora, Narbona y Valcárcel se vayan a ir de picnic bajo el jinjolero, mas sí pudiera ser que la nombrara estante de honor de la cofradía de los Coloraos.
-¿La llamaremos, pues, Narbonica?
Vale, pero sin poner celoso a Saura.