García Martínez – 26 octubre 2005
Llevo un rato pensando cómo se lo explicaría yo al lector de forma que no parezca algo pretencioso.
-Quiere decir cómo se las maravillaría usted, ¿no?
Algo así. Esto que voy a comentar es, a su vez, un comentario que alguien importante, de fuera de Murcia, por más señas, hizo a un comensal de la cena-gala del Pimiento de Oro.
-Algo de oídas, vaya.
Sí, pero de unas oídas que merecen todo el crédito del mundo. El comentario fue: «Lo que pasa con Valencia, Murcia y Almería es sencillamente que nos tienen envidia».
-Venga, no diga usted niñerías.
Me lo estaba temiendo. Pero, por favor, en fin, vamos a reflexionar una miaja, que más se perdió en Cuba. Al decir Valencia, Murcia y Almería, estamos hablando de lo que se conoce como Arco Mediterráneo.
-¿Y quién nos tiene envidia?
Pues los que no son del Arco Mediterráneo. Y, principalmente, los centralistas empecinados.
-¿Madrid?
Vamos a resumirlo así. Madrid, la Corte de los Milagros, el conglomerado de altas instancias donde se decide el futuro de todos los españoles.
De siempre, la periferia fue más boyante que el interior. Eso lo dicen las cifras, que vienen cantándolo desde hace muchos años. Y, ello, a lo mejor ha ido creando una especie de inquina que probablemente no sea del todo consciente, pero sí real. Por eso se ha procurado siempre que, sobre todo Murcia y Almería, sean las grandes desconocidas. Una señora de fuera, que hace pocos meses se vino a vivir aquí -y que, por cierto, está encantada- me lo decía a la salida del concierto de la de Baltimore: «A Murcia no la conoce nadie». Y es verdad. Nosotros, desde dentro, no lo percibimos tan bien.
Además de no conocernos, se nos ha adjudicado una especie de leyenda negra, a base de repetir, de forma aviesa, aquello de: «Gitanos, murcianos y gentes de mal vivir».
Pues mire usted: probablemente sea que, en las parameras improductivas (aun cuando llueva y tengan ríos), hay a quienes les jode que los medio moros de por aquí abajo seamos, en general, más productivos y más imaginativos.
Y sin romper las Españas.