García Martínez – 18 octubre 2005
Amediodía del domingo, el cielo de Murcia se mostraba plomizo. Y de plomo era el entero paisaje. Se registraba una calma sorda. No se movía ni una hoja. Los cipreses, en posición de firmes y como presentando armas. Los menestrales cubrieron de tierra rojiza el ataúd de Gaya.
No hubo la intimidad tan estricta que pedía la esquela, pero, como consuelo, los que estaban allí me creo yo que eran aproximadamente los justos. Los amigos de Gaya. Algunos llegaban con un ramo de flores en la mano. La sensible Pilar, el poeta Soren Peñalver… También la propia hija del pintor, Alicia, traía un ramo de claveles de nieve impoluta.
Miraba Alicia sin mirar, al principio un tanto aislada entre la gente que esperaba la llegada del féretro desde Valencia. Vestida con un tres cuartos oscuro, muchos la identificaban por su más que evidente parecido con el artista. Era una más entre nosotros. Tuvo el detalle de que la presidencia del duelo recayera únic18amente en Cuca, la viuda de Ramón, que lo cuidó durante años con delicadeza exquisita. Leía para él, le ponía ópera en el tocadiscos, lo tocaba como si el esposo fuera un frágil búcaro florecido, tantas veces iluminando los cuadros del artista.
El cura solicitaba a Dios la designación de unos cuantos ángeles que velasen en torno a la sepultura. De momento no hacían falta, porque aún estaban allí los amigos de Gaya.
Alicia dejó los claveles en suelo. Buscó en su bolso, sacó un papelito y se lo dio a Trapiello. Tomó de nuevo las flores y el escritor leyó como en un susurro. ¿Unos versos? ¿Un recado de amor? ¿Una promesa? No podíamos saberlo.
Por fin, acabada la ceremonia religiosa, la hija del pintor se acercó a la tumba para abrazarse y llorar con Cuca. Algunos se apartaron para que Fe, la nieta, ubicada en un anonimato buscado, pudiera ver más y mejor. (“Fe es Gaya. La miras a ella -ha escrito Antonio Arco– y ves a su abuelo”).
Junto a la sepultura, Cuca y Alicia hablan largamente. Ignoramos qué se dicen. Por el movimiento de los labios, percibo que la viuda ha dicho: “…el último suspiro”. Mucha gente llora.
Abandonamos sin prisa el recinto. A los ángeles que ha pedido el cura les toca hacer ahora su trabajo.