García Martínez – 13 octubre 2005
A pesar del tiempo que ha pasado, los conspicuos de este país no acaban de aprender a ser y ejercer de demócratas.
Tenemos que un señor al que le dicen Jaime Caruana ha opinado que el famoso Estatut «debilitaría el crecimiento económico de España y afectaría al bienestar del conjunto de los españoles».
Yo, en mi modestia de hombre de la calle, lo veo bien. Y el lector, me supongo que lo mismo. Pues no. Los representantes del no menos famoso tripartito y de CiU lo han puesto a caer de un burro, por tratarse del gobernador del Banco de España. Se han rasgado las vestiduras, con lo caros que andan los trajes que visten. Y protestan diciendo que el comentario de Caruana es «inadmisible, impropio de su cargo e irresponsable». En España somos varios millones de personas. Y se entiende que, en un sistema democrático, todas tienen vía libre para opinar sobre los asuntos de interés común. La única precaución que han de tomar es la de no pisarles a los demás el callo de sus derechos.
Desde un Perico el de los Palotes como yo hasta el mismísimo Archipámpano de las Indias podemos (y hasta debemos) decir esta boca es mía. Sin la excepción del señor Caruana, al que los políticos catalanes, menos el PP, toman por una manta, ya que las mantas no pueden expresarse («Mantas Caruana, noches de confort», como se recordaréis).
A mí me da lo mismo que este señor gobierne o no el Banco oficial. Eso no ha de impedirle, si de verdad vivimos en democracia, que manifieste su particular criterio sobre un contencioso que nos afecta a todos. Diría más: justo por ser una personalidad económica, su parecer nos parece al común más que necesario y oportuno.
Los que han de aprobar o desaprobar el Estatut en el Congreso son los diputados, no los gobernadores, ni civiles, ni militares, ni del Banco de España. ¿Pero quiénes se han creído que son estos de la Cataluña nación? Ahora comprendo por qué el Estatut es tan intervencionista. Son como el Caudillo. Los del tripartito y los de Convergencia se creen los hijos de la polla roja.
También el ministro Montilla ha criticado a Caruana. Pues, mire usted, la elección es bien sencilla: o el Caruana o el Montilla.
Servidor prefiere al Caruana.