García Martínez – 12 octubre 2005
Ignoro si el lector, estando como está a lo suyo, ha caído en la cuenta de que últimamente vienen sucediendo demasiadas cosas malas en el mundo. Digo cosas malas gordas, como esas catástrofes que llamamos naturales para distinguirlas de las que produce el hombre. No hará falta poner ejemplos, me creo yo, de las unas y de la otras.
Entre las que provienen del hombre, me inclino por la guerra de Irak, tan famosa ella.
-Pues, mire usted: yo creo que todavía es más catástrofe, entre las perpetradas por humanos, la derogación del trasvase del Ebro.
No le quitaré a usted la razón. Porque, si bien es verdad que lo de Irak se nota mucho, al ser los muertos muy escandalosos, las víctimas del no trasvase nos vamos muriendo a la chita callando, sin que nadie se entere. Lo de Nueva Orleans, lo de Pakistán, lo de Guatemala… A mí me parece que la madre Naturaleza se está pasando un pelín. Más que madre la veo madrastra. Tiene, sin embargo, algo bueno, si se me permite decirlo así: que no distingue entre pobres y ricos. Ahí tienes el caso de Bush, al que, siendo el amo del lugar, también se le ha venido encima, con lo del huracán, un buen tomate.
-Pero el rico se recupera antes.
Ya, ya lo sé. Lo que quiero decir es que Dios -en el caso de que sea El quien nos manda estos desaguisados- no suele hacer distingos.
Lo cierto y verdad -como dice el consejero Marqués– es que estamos viviendo una época muy convulsa, marcada por destructivos fenómenos naturales. Es que, si te fijas, es uno con otro. Lo último de todo, la subida tan exagerada del precio del gas. No diré, como comentan algunos, que todo esto sea indicio de que tenemos cerca la fin del mundo. Pero, en fin, no renuncio a pensar que algo hay de eso.
Tenemos dos clases de expertos: los que atribuyen las catástrofes al recalentamiento del planeta y los que sostienen que todo eso son filfas alarmistas. Claro, si los expertos, con serlo, andan tan distanciados, ya me dirá usted el señor de a pie.
Según los optimistas, en el 2060 se habrá derretido todo el hielo del norte de Siberia y de Alaska. Según los optimistas, eso da lo mismo, mientras se sigan fabricando neveras.